El linyera


Cualquiera puede imaginarse lo difícil que resulta vivir en la calle, pero imagine cuánto lo es para quien es absolutamente conciente de ello. Ese era el caso de Ulises. Muchos linyeras terminan en la penosa pero entendible búsqueda de evadir la realidad. Por eso es que el mérito de Ulises al sobrevivir es mucho mayor. Nada de drogas, ni las que se fuman, ni las que se inhalan, ni las que se inyectan. Ni si quiera se ablandó por el alcohol. Él resistió siempre, pero no por miedo a la muerte, sino por amor a la vida. A decir verdad, Ulises se resistía a casi todo, pero más que nada a trabajar. Estaba convencido de que cualquier actividad lo distraería de la contemplación de su vida. Como si cumpliera una penitencia, a menudo se jactaba de su condición paupérrima frente a algunos piadosos vecinos que le ofrecían changuitas como sacar los yuyos que crecen entre los canteros de los árboles de la vereda. Les decía, con textuales palabras, que el hombre era un ser proclive a la ambición y que ni remotamente cedería ante tales tentaciones. Recogía su frazada hecha con retazos de trapos y se iba del cantero a buscarse un nuevo refugio.
Esta postura tan orgullosa se debía ni más ni menos que a su propia experiencia: de joven había trabajado y acumulado lo suficiente como para levantar una casita en un terreno, pero la perdió en un "doble o nada" contra un vecino en una apuesta de dudosa seriedad.
La vida enseña mucho a quienes quieren aprender, aunque, sin manuales, uno puede pifiarle.
Cuarenta y dos años llevaba viviendo en la calle, desde aquel entonces, hasta su triste desaparición. Durante todos esos años revolvió prolijamente el interior de miles de bolsas de basura, las cuales volvía a anudar para no interferir en la pulcritud de la vía pública. Jamás mendigó, pues creía que era de mal gusto andar jugando con la lástima de la gente. Su ascética y estricta forma vida nunca flaqueaba, ni aun cuando sufría los tormentos de la intemperie o la violencia de los jóvenes que en varias ocasiones lo despertaban con un chorro de pis en la cara.
La vida de Ulises estuvo plagada de sufrimientos hasta el final. El ocho de julio, víspera de su cumpleaños número setenta, decidió regalarse una noche de completa tranquilidad, así que a la tardecita emprendió su lento caminar hasta bien entrada la Ruta 2. Como si alguien hubiese querido hacerle un regalo, en el camino encontró, entre otras cosas sin relevancia, media bolsa con pan bastante fresco y una campera con el cierre roto.
Cuando notó que ya estaba lo suficientemente lejos de las luces de la ciudad, cruzó los alambres y se internó en un campo. Al caer la noche, fría como pocas, ya estaba gozando de la quietud y del pan. Satisfecho, se cerró la campera lo mejor que pudo, se envolvió en la andrajosa frazada y se dispuso a dormir, tiritando. Esa noche, su última noche, un extraordinario suceso climático cubrió todo de una blanca y mortal capa de nieve.



Juan Griss

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenísimo!!!!

Anónimo dijo...

Sublime! Ojalá supiera lo que eso significa...
Pero me gusto mucho, pobre vagabundo.

Kanon (Pitu)