El Inspector de Tránsito

            Jorge se presentó en las oficinas de la Dirección de Tránsito a solicitar el trabajo de Inspector aunque no lo ofrecieran. Luego de varias negativas, conmovió y persuadió a tantas personas que decidieron ponerlo a prueba durante una semana, debiendo realizar la capacitación en forma acelerada. Rindió el examen, con resultado sobresaliente, ese mismo día, pues había tomado la precaución de estudiar de pe a pa hasta las excepciones menos probables de la Ley 11.430.
            Las razones que lo empujaron a dejar el almacén a cargo de su esposa no eran simples, pero sí fuertes e indeclinables: la noche anterior había visto cómo un conductor ebrio se subía a la vereda y hacía volar por los aires su bicicleta, estacionada momentáneamente junto al cesto de basura mientras él cerraba el negocio. Del episodio surgió la poderosa convicción de que su misión era encargarse, seriamente, de sancionar la negligencia, despreocupación o simple maldad de algunos conductores.
            Y la seriedad de Jorge no tardó en hacerse notar. Por un lado, durante el primer operativo realizó ciento tres infracciones y una advertencia a una señora que puso la luz de giro cuando ya estaba doblando; en el segundo operativo superó las doscientas. Por otro lado, adjuntaba a la correspondiente boleta la siguiente inscripción: "Los conductores no se detienen ante un semáforo en rojo porque les indica hacerlo, ya que corren el riesgo de chocar, sino porque los podrían multar. Con el mismo criterio, estaría bien matar, si nadie se enterara".
            Sus compañeros, inspectores fatigados o inescrupulosos, se codeaban sorprendidos ante la eficiencia de Jorge; incluso algunos ya preveían las comparaciones. Por eso no resulta difícil anticiparse a los hechos que se sucedieron.
            Pasada y superada la semana de prueba, sus compañeros comenzaron a sospechar que pronto se los obligaría a trabajar de igual manera. Planearon entonces cómo deshacerse de él.
            Tras una sutil red de cambios de zonas y horarios, lo fueron desplazando hasta la esquina misma del edificio de Tribunales. Ingenuamente, Jorge se alegró, pues trabajar en el centro le daba la posibilidad de cazar una enorme cantidad de infractores y descongestionar el tránsito de la vía pública, entorpecida por camiones que descargan mercadería fuera de horario y holgazanes en doble fila.
            De lo que no se percató fue de que sus compañeros conocían bien su estricta naturaleza: no perdonaría absolutamente a nadie. Así fue que, en menos de una mañana, realizó más de cien multas, veinte de las cuales fueron a altos funcionarios. Tras algunas llamadas de unos jueces perjudicados, se generó un peligroso clima de hostilidad entre Jorge y sus superiores, hombres con duros callos en las nalgas.
            A partir de ese episodio, fueron encargándosele tareas cada vez menores. Primero se lo mandó a instruir a los aspirantes a nuevos puestos de inspectores. Allí, él era un gran referente para muchos, lo que constituía una gran amenaza. No permitirían jamás que pudriera otros frutos, razón por la cual lo designaron a tareas administrativas. Pero frente a los papeles también representaba un riesgo para el sano árbol de la justicia. Finalmente, luego de trabajar como "lavapatrullasmunicipales", fue ascendido a Encargado Superior de la Circulación Vehicular en la playa de estacionamiento de un conocido supermercado situado entre los caminos Gral. Belgrano y Centenario, puesto que fue creado absolutamente e inamoviblemente para él.

Juan Griss

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