El hombre que durmió en Plaza Italia por no animarse a cruzar



El martes por la tardecita, Manuel Cepeda se plantó poco sabiamente en el cordón de la vereda dispuesto a cruzar Plaza Italia por el medio y retomar así su camino. Los semáforos actuaban con la alternancia correcta (lo que no significa un paso libre de autos, sino que alguna que otra arteria que alimenta la gran pista es momentáneamente detenida); los vehículos circulaban con la prisa feroz normal de las seis de la tarde; los valientes peatones desafiaban y vencían las bajas probabilidades de encajar en los breves espacios físicos y temporales para un sano y salvo cruce.
Prudente, miraba la hora en su reloj en los momentos en que hallaba el suficiente tiempo como para no perder de vista alguna oportunidad de avanzar. Su precavida actitud lo hacía ver como un cobarde, pero lo cierto es que era un guerrero batiéndose ferozmente contra dos duras oponentes: la impuntualidad y la muerte bajo un auto. Calculó que si no cruzaba en los próximos dos minutos debería, prácticamente, correr el trayecto restante.
Por fortuna, un grupo de escolares arremetió con la imprudencia de la masa y Manuel se escudó a su derecha. ¡Baldosas ítalo-francesas! ¡Baldosas hippies! ¡Baldosas!
Triunfante, ya en la plaza, aceleró su paso al ritmo de los jóvenes para aprovechar nuevamente su amparo, pero al llegar al centro notó que el grupete se iba orientando en dirección a Diagonal 74. Estupefacto por la caída de su plan, se sentía un pez rémora huérfano. Los miró alejarse y luego su reloj. Calculó que si los seguía, para aprovechar su ímpetu, debería rodear la plaza y, prácticamente, correr el trayecto restante. Optó por proseguir en línea recta y confiar nuevamente en su suerte.
            Al llegar al abismo de la plaza, se detuvo a la espera del momento propicio. Miraba desesperadamente cómo los minutos sucedían uno tras otro sin encontrar una distancia mayor entre auto y auto de unos cinco metros, lo que temporalmente correspondía a apenas unos dos segundos. Bajaba con decisión un pie en la calle e, inmediatamente, volvía a subirlo cuando el zumbido de algún auto lo hacía recapacitar sobre su negligente estrategia. En eso estaba cuando, como un fantasma, un hombre rozó su hombro y se adelantó temerariamente en el empedrado. Instintivamente, una fracción de segundo después, caminaba pisando la cabeza de la sombra del sujeto. Casi habían alcanzado la mitad de la calle cuando un micro hizo detener súbitamente al líder para darle paso. Manuel reaccionó al toparse con la espalda del sorprendido guía y, ante la vergüenza de encontrarse en tan penosa situación, comenzó a retroceder confundido. Cuando se repuso de su embobamiento, ya estaba más cerca de la plaza que de la mitad de la calle. Volvió a los saltos tras recibir dos violentos bocinazos.
            La severa llamada de atención de un grosero conductor que acababa de bajar el vidrio para adjetivar su persona lo acongojó penosamente. Nuevamente miró el reloj. Calculó que si no cruzaba en el próximo minuto debería, definitivamente, correr el trayecto que le restaba. En un arranque de valentía, apretó el portafolios contra su muslo y arremetió decidido. Alcanzó a ganar tres metros, los cuales devolvió inmediatamente casi lagrimeando de indignación. Realizó, al grito de batalla y llorando de impotencia, tres nefastos intentos más. Mirando el cielo y el reloj de su mano temblorosa alternativamente, blasfemó contra todos los conductores.
Súbitamente, sorprendido por la sospecha intuitiva de un descubrimiento, palideció: todos estaban contra él. ¡Sí, así debía ser! Y eso explicaba por qué le había parecido ver pasar dos veces un mismo auto e incluso advertir que ciertos individuos lo miraban malévola o burlonamente prendidos a sus volantes. Escondido tras un árbol y de espaldas a la calle esperó cautamente un descuido en el ritmo del tránsito, pero nada de eso sucedió. Calculó que era imposible ya.
Caminó con paso lento hasta un banco, se sentó, apoyó el portafolios en sus piernas y dijo con voz a punto de quebrarse: "Es solo una batalla, no la guerra. Ya se van a cansar de dar vueltas".




Juan Griss

11 comentarios:

Constanza Chasco dijo...

Este puede ser el comienzo de un gran Blog.


Có!

Anónimo dijo...

¿Pudo haber sido? ¿Habrá sido? ¿Será? ¿Habrá de ser? ¿Es? ¿Habría sido?

Juan Griss

Anónimo dijo...

Muy bueno el cuento y el blog JUAN GRIS !! seguí difundiendo más!! te felicito :) AJR

Juan Griss dijo...

Muchas gracias!!! Fuiste la primera firma después de la volanteada de hoy... Te lo agradezco.

Juan Griss

Anónimo dijo...

Muy bueno Juan!!!Cualquiera en algún momento puede ser Manuel Cepeda!Felicitaciones!
VALE M.(V.A.M)

Juan Griss dijo...

jajaja Gracias!!! Cualquiera en cualquier momento puede quedarse fuera "del mundo". :)

Anónimo dijo...

Lo leí hoy, durante un recreo en la facu (la FaHCE, para más datos).
Me pareció excelentemente escrito: tiene un perfecto balance entre el ambiente opresivo (me recuerda un poco a la autopista del sur de Cortázar) y el humor, que alivia la tensión.
En fin, me hizo pasar un buen rato y eso se agradece.

Juan Griss dijo...

Gracias, loco/a. Sos la primera persona desconocida (por mí) que escribe...
Me alegra que te haya hecho pasar un buen rato, y ojalá alguno de los demás cuentos haga algo parecido.

Un abrazo!

Anónimo dijo...

Buenísimo el cuento. De visita en La Plata(el 24 de octubre precisamente); me lo dieron unos chicos en plaza Moreno cuando estaba recostada tomando unos mates. Me gustó tanto que lo estoy haciendo una historieta. Genial lo tuyo.

Anónimo dijo...

Hola, gracias por la firma. Me alegro que te haya gustado. Contactame para ver lo de la historieta, que me gusta la idea!

Saludos!

Juan Griss

Marques Juan dijo...

Muy copados los cuentos, no entiendo mucho de literatura pero me gustaron mucho, este lo leimos en clase, ya los baje para leer los demas..