El héroe



Tomás Eless había sufrido todas las posibles palizas de sus compañeritos de escuela; unas veces por estar en el lugar equivocado, otras por su guardapolvos sucio, otras para adelantársele en la cola del kiosco, otras por errar un gol y otras por hacerlo. Cuestión que todos los días volvía a su casa con un moretón nuevo.
Sus padres se indignaban, durante unos minutos. En una ocasión casi fueron a la escuela a quejarse, pero debieron atender algún asunto más importante y lo pospusieron. Al día siguiente ni siquiera sentían el hueco de algo inconcluso (misma sensación que cuando se tiene algo en la punta de la lengua). Cuando algo ha caído completamente en el olvido, uno no siente culpa por no recordarlo.
El último día del año, cuando terminaban la escuela primaria, decidió vengarse del grupo agresor: durante el acto de despedida, se escabulló, fue al aula, escribió obscenidades sobre las maestras y la directora en el pizarrón y firmó con las iniciales de ellos. El ingenuo plan fue descubierto en cuestión de minutos (lo que hizo peligrar su acreditación al año siguiente), pero la sensación de triunfo inmediatamente posterior al hecho marcó su destino. Esa vez, sus padres sí recordaron hacer algo al respecto.
Con el tiempo se fue perfeccionando en las cuestiones estratégicas hasta el punto de lograr salir impune de cada una de las venganzas llevadas a cabo en contra de compañeros y profesores. Al terminar la escuela secundaria, tenía la sutileza del asesino de El corazón delator, y su paciencia (a veces tardaba meses en actuar).
A los veinte años, la generosidad de su alma le indicó que no estaba bien reducir su espíritu justiciero a temas personales y se produjo en él una piadosa revelación: otros también sufrían injusticias. Y fue así como decidió adoptar una nueva personalidad: el héroe anónimo. Pero él no sería "el desconocido detrás de la máscara con calzoncillos por fuera" sino que prefería ser el responsable de que los lectores de la sección policial de los diarios pensaran "Por fin alguien hace algo".
La primera vez que actuó fue cuando vio, arriba del micro, a un muchachote hacerse el dormido para no cederle el asiento a una mujer parturienta que, por lo mojada que estaba, parecía haber estado esperando durante un buen rato bajo la lluvia. El ajusticiamiento fue impecable: parado junto al vil pasajero, y como si fuera sin querer, dio un rápido giro y le pegó con la mochila un fuerte golpe en la nuca, sacándolo de su fingido sueño.
En otra ocasión, para saber dónde vivía, siguió dos cuadras a una mujer que había tirado un paquete de galletitas en la vereda. Nueve veces le vació una bolsa con basura en la entrada de su casa. La décima y última vez, le dejó una carta explicativa.
Su última y más grande hazaña le costó caro: convenció a un grupo de cieguitos para que tropezaran con las heladeras de los kioscos y los cajones de las verdulerías que están en las veredas. La ley amparó a los no videntes y les concedió importantes indemnizaciones. Pero no a Tomás, quien, ya sin sus adinerados compañeros, se puso lentes negras, consiguió el bastón blanco y salió a buscar más comerciantes infractores. El simulacro salió a la luz cuando le gritó "colorado irresponsable" al dueño de un polirrubro que, efectivamente, era colorado.
No es difícil adivinar la suerte de los héroes actuales: el interés del ciudadano común cambia tan rápido que en una semana el recuerdo los transforma en "el loco aquél".



Juan Griss

4 comentarios:

Drevo dijo...

La verdad es que ni Peron se animaría a ser un heroe de ese estilo...

Yo hago cosas parecidas, pero me limito a mirarlos con cara de orto y decirles sucios en la cara... Pero no alcanza...


Abrazo Juancito... Ya me pasaré por allá un día de estos...

susanamor66 dijo...

Soy SU la Precep.. me encantó!! Y qué actual ..

Raquel Martinez. dijo...

MUY BUENO!!
...POR QUE SERA, QUE HACER RESPETAR LAS NECESARIAS PAUTAS SOCIALES DE CONVIVENCIAS, NOS DEJA, TANTAS VECES, EL TITULO DE: "EL LOCO AQUEL"...
CARIÑOS, Y UN PLACER PASEAR POR TUS AMENAS LETRAS!
RAQUEL MARTINEZ.

Nicolás Zara dijo...

Es la pura verdad...
Lo mismo pasa cuando hay un auto estacionado en la vereda y personas con discapacidad física no pueden pasar. Ese tipo de situación me saca de quicio!!!
Soy un ex alumno tuyo del Albert Thomas.
Un abrazo Juan