Acaba de llegar Finlandia. Llega temprano y me encuentra desnudo cambiándome en nuestra habitación.
Desde que
me di cuenta de que me gusta me cuido de no ponerme en pelotas delante de él, pero
me agarra así. Me da mucha vergüenza mi cuerpo, no es solo por él. Evito
mostrarme, por eso prefiero la poca luz y esas cosas; en la playa, por ejemplo,
me siento expuesto así que desde la adolescencia que la esquivo. Me revienta
esto; si fuera a terapia se daría un festín la loquera (no sé por qué, pero
siempre pienso en mujeres terapeutas, no en hombres).
En fin, un
forro, no se puede aparecer así. Encima está borracho. Me dice que se peleó con
Camila porque ella cree que le gusta una amiga suya. Estoy seguro de que es
así, que le tiró onda a una amiga de Camila. Es un cliché con patas: corta con
una mina y se mama. Yo sé que es un desastre, pero es un desastre hermoso. Creo
que me gusta un poco que sea un desastre además de hermoso. Hay algo ahí del
síndrome de rescatista o como se llame. Otro temazo para mi psicóloga. Con la
lista de temas que tengo para tratar podría hacerse un disco doble, y eso que
no hablo de mis viejos. Bah, uno siempre habla de sus padres aunque no lo haga
directamente; los haya tenido o no, lo hayan criado bien o no, todo es sobre
ellos, sobre uno en relación a ellos. Si tuvimos suerte, nos enroscamos en
imitar, y si no en no repetir; pero siempre es un mambo.
Finlandia es
inteligentísimo y caótico. Envidio eso. Por ejemplo, hace cualquiera todos los
días y va a rendir y aprueba. Estudia Filosofía. No saca dieces, pero aprueba,
siempre aprueba. Yo me rompo el orto, me agarro unas diarreas espantosas por el
exceso de café y nervios y no me va bien siempre. Él, en cambio, tiene ese don
que tienen algunos: leen dos boludeces y las retienen. O peor, es decir, mejor:
saben qué es lo importante de lo que leen, como si pudieran adivinar qué cosas
son relleno y qué cosas no.
Llegué a la
pensión este año y él ya estaba. El primer mes estuve en otra habitación, con
un pibe que se fue enseguida. Cabildo le decían. Dejó la facultad y se volvió a
su pueblo.
En este
lugar no se usan los verdaderos nombres. Y no se ponen de acuerdo cuando
cuentan cómo empezó eso de los apodos. La gracia es llamarte de alguna manera
relacionada con el lugar de donde venís. Pero no siempre es así. A mí, por
ejemplo, como soy de Ushuaia me dicen Japón, japonés o nipón, por antónimo me
explicó la Vía, sin entender bien lo que es un antónimo. Finlandia tampoco
tiene que ver con su lugar de procedencia, se lo pusieron porque es blanco como
el queso. Él viene de Corrientes. Tres, que vino a estudiar desde Tres
Algarrobos, un pueblito de la Provincia de Buenos Aires, dice que todo empezó
hace dos años, cuando llegó un pibe de Brasil y, sin mucha creatividad, le
empezaron a decir Brasil. Al poco tiempo llegó una coterránea suya y, superando
la falta de voluntad anterior, la llamaron Brasilia. La Vía, por otro lado, dice
que ella trajo el juego y que fue previo a lo de los brasileros. Dice que en la
pensión donde estaba antes empezaron a decirle Vía porque salía con uno al que
le decían Pampa. Ella es de Junín.
Finlandia
también compartía habitación cuando llegué. Estaba con un pibe que estudiaba
arquitectura y eran incompatibles. Manuelita le decían, supongo que por
Pehuajó, pero nunca quise preguntar. El flaco no podía con el ritmo de vida y
las trasnochadas de Finlandia, por eso cuando se fue mi compañero, Cabildo, me
pidió si podíamos cambiar. No lo dudé, siempre me gustó rodearme de personas
enérgicas; yo tengo mis días de rock también. Además Finlandia me atraía,
aunque todavía no sabía que me gustaba.
Se acuesta
vestido y me pregunta si voy a salir, si me estoy cambiando para salir. Le cuento
que me voy a la casa de unos compañeros de la facultad y deduzco que, como está
en pedo, su noche la da por terminada pero me pregunta si puede ir conmigo. Le
digo que sí, pero que no sé qué onda, que por ahí es un embole porque no los
conozco mucho.
Paramos en
un veinticuatro horas y compramos dos vinos y cigarrillos. Son solamente unas
diez cuadras y vamos lento, aunque ya se recompuso bastante. Casi no hablamos.
Intenta volver sobre el tema de Camila y la amiga pero se distrae y como yo no
pregunto se hacen silencios cada vez más largos, hasta que él mismo se aburre. Desde
la pensión hasta el departamento donde es la juntada se toma casi entera una
botella de un litro y medio que llenó con agua antes de salir.
En el
parque meamos en un árbol y, un poco a propósito, se la miro en la oscuridad.
Lo que me faltaba para torturarme: la tiene enorme, incluso en reposo. La
verdad es que no me imagino tocándonos ni nada, cogiendo ni hablar, pero no
pude evitar mirársela.
Nunca
siquiera me chapé a un pibe, por eso ahora que me pasa esto con él repaso mucho
a ver si encuentro situaciones anteriores y llego hasta mi infancia. Es raro
porque recuerdo a chicas que me gustaron pero a ningún chico, solo amiguitos a
los que, creo, nunca miré con deseo. Entonces me doy cuenta de que no es que de
un día para el otro me empezaron a gustar los flacos, me empezó a gustar “un”
flaco, este flaco. Capaz, no lo sé.
Llegamos.
Tocamos timbre y baja a abrirnos Leti. Tiene una voz hermosa, siempre me lo
pareció, desde que se la escuché en clase por primera vez. Es medio feucha, feucha
como yo; se parece a mí pero con pelo largo y tetitas puntiagudas, medio
pubers, que se adivinan en todos sus detalles porque no usa corpiño. Conmigo no
tiene mucha onda, porque soy callado y ella también, así que nunca pegamos. La
saludo con un beso, en cambio Finlandia le da un abrazo como si la hubiese
extrañado y se presenta como amigo mío. Me da unos celos terribles. Yo quiero
abrazar así a la gente, pero soy parco. No, parco no, soy cagón, porque los
abrazos me gustan.
Salimos del
ascensor y ya huelo porro. Me imagino en seguida que adentro del departamento
está todo oscuro y que hay gente sentada en almohadones escuchando música
flashera, pero no. La luz está prendida y hay solamente un pibe, que no es
compañero nuestro de la facultad. Come fideos de un plato que tiene apoyado en
las piernas; está sentado en una silla de escritorio con rueditas, delante de
una computadora. Suena Creedence Clearwater Revival. Va a ser una noche
espantosa, estoy seguro.
Leti dice
que se va bañar y vuelve, que si tocan timbre bajemos a abrir nosotros. Nunca
dice quién es el pibe que come fideos ni le dice a él quiénes somos nosotros.
Pienso que debería ofrecernos fideos y que si lo hace le voy a decir que no. No
sé por qué. Tengo hambre porque no cené pero igual, si nos ofrece, le voy a
decir que no.
Me acomodo
en el hueco libre de un futón lleno de cajas y ropa y me quedo quietito, como
si estuviera en la sala de espera de un consultorio. Finlandia se va directo a
la cocina a buscar un sacacorchos y mientras abre el vino empieza a hablar con
el pibe de los fideos.
El vaso de
vino me lo tomo rápido y en silencio. Está horrible, tendríamos que haber gastado
un poco más. Ellos charlan y yo presto atención para ver cómo puedo meter un
bocadillo y no sentirme tan afuera, pero hablan de fútbol, así que no hay nada
que hacer para mí hasta que cambien de tema. Por suerte, Leti se asoma por el
pasillo que da a la habitación y me llama. Me sirvo otro vaso y voy.
La puerta
está entornada y entro. Me dice que cierre. Tiene el cuerpo envuelto con un
toallón y el pelo con una toalla. Busca algo en un cajón mientras me habla. Me
pregunta qué onda mi amigo y le explico que vive conmigo en la pensión y que
está un poco borracho. Deja caer el toallón y saca tres tangas. No me mira para
ver si la estoy mirando. Tiene un culo atlético; es flaca y el culo es grande
para lo que podía esperarse de ese cuerpito. Se pone de frente, me muestra las
tres tangas y me pregunta cuál me parece mejor. Pienso que piensa que soy gay y
por un lado quiero aclarárselo, pero por otro lado no; me gusta lo que estoy
viendo. Voy a esperar a que esté vestida para decírselo. Pero no le voy a
hablar de lo que me pasa hace un tiempo con Finlandia. Me hago el que miro las
tangas que tiene en las manos pero en realidad le miro la entrepierna, que está
completamente depilada, y la imaginación me lleva a un futuro inmediato,
inspirado en una mezcla de las películas porno que he visto. Es la primera vez
que veo a una mujer desnuda. Disimulo como puedo la mirada y elijo la tanga negra
porque parece ser la más chiquita. Cuando baja la cabeza para pasar la tanga
por las piernas aprovecho y me acomodo la pija, que está despierta y se fue
para un costado. Me daría vergüenza que lo notara. Se pone un jean, una remera
lila y unas zapatillas. Empieza a cepillarse el pelo y me pregunta si tengo un
chongo. Es mi oportunidad para aclarar la situación pero la dejo pasar. Le digo
que no es lo que estoy buscando. Es una respuesta ambigua y esquiva. Ya sé que
con ella no voy a coger nunca y con Finlandia tampoco. Esta noche es una frustración,
como esperaba. Le doy un trago al vino y salgo de la habitación.
Vuelvo al
living-comedor y Finlandia le está devolviendo el porro a Fideos. Me acerco
para pedir una seca pero antes de hacerlo suena el timbre. Leti grita que baje
uno de nosotros y ellos me miran y entiendo que yo debo ir. Agarro las llaves
de la mesa y bajo.
Es una
pareja que no conozco. Ella es hermosa y él también. Están de la mano y se
sueltan para saludarme así que “son” pareja. Los saludo, les doy las llaves y
me voy. Es una noche linda para quedarse dibujando o tocándose. Finlandia sabrá
cómo volver.
Todavía no sé
qué es lo que voy a hacer porque sueño no tengo. La computadora está prendida y
estoy mirando el fondo de pantalla del escritorio desde hace unos minutos, sin
hacer nada. No busqué ninguna página porno ni abrí ningún archivo del CorelDRAW
en blanco.
La desnudez
de Leti la recuerdo sorprendentemente en detalle. Quiero dibujarla por eso no
quiero ver pornografía; quiero dibujar caliente, quiero una experiencia tántrica,
tensa.
Empiezo a bocetar
imágenes desde el momento en que entré en la habitación y ella todavía estaba
envuelta con la toalla. Después invento y hacemos lo que fantaseé. Me estoy
calentando así que me prendo un cigarrillo, para distraerme. No quiero llegar
al punto en que necesite tocarme. Funciona y empiezo a pensar en otra cosa. Pero
a las dos o tres asociaciones caigo en la pija de Finlandia meando el árbol.
Salgo forzadamente de ahí poniéndome a nombrar las veintitrés provincias. Salta,
Jujuy, Córdoba, Buenos Aires, Santa Fe, San Juan, Santiago del Estero,
Corrientes, Misiones, Entre Ríos, La Pampa, Catamarca, Chubut, Santa Cruz,
Neuquén, Tucumán, Mendoza, Río Negro, Formosa, Chaco, La Rioja, San Luis… Me
falta una y no sé cuál es. Pienso en por qué me empeño en no pensar ni en
Finlandia ni en Leti y me doy cuenta que estoy pensando en ellos, en sus
cuerpos. Me viene a la cabeza esa frase de que “el deseo es hijo de la
carencia”. ¡Basta!
¡Tierra del
Fuego!
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